Es impresionante cómo cada día nos desafía a traspasar un nuevo límite. El miedo tiene un doble potencial. El primero, el más común, es quedarnos paralizados o bien intentar controlar todas las variables para que nada cambie.
El segundo potencial es sentir que ya no hay nada que perder, y entonces ocurre la magia. Nos atrevemos a hacer lo que sea para salir de ese pozo profundo en el que nos hemos metido sin saber cómo.
Adaptarse a los cambios no es adecuarse para que nada cambie. Es justo lo contrario, hacer que todo pase. Es dejar de temer por la incertidumbre de una nueva realidad y tener la capacidad de escoger aquello que necesitamos para crecer.
Adaptarse a los cambios, es aprender a soltar aquello que nos limita. Una vez escuche algo en las redes sociales que me hizo total sentido. Los cangrejos cuando crecen deben abandonar su caparazón y quedarse escondidos sin su armadura mientras van generando un caparazón que responda a su nuevas necesidades. Los humanos en cambio cuando debemos desprendernos de nuestro caparazón que es nuestra zona de confort, vamos al psiquiatra para que nos dé un antidepresivo, un ansiolítico para que la estrechez en la que vivimos no nos duela tanto.
Cambiar es tener la confianza de que sin importar qué, puedo abandonar mi lugar cómodo porque cuento con suficientes recursos internos para sobrevivir y aventurarme a algo desconocido pero que puede ser mucho más agradable que lo que ahora me ahoga.
Este tiempo de cambios, debemos preguntarnos qué es lo que realmente deseamos de la vida, si solo sobrevivir o venir a cumplir aquello que nos propusimos antes de nacer: ser felices.